Nicolás Guillén(1933-1971)
"No sé. Lo ignoro.
Desconozco todo el tiempo que anduve
sin encontrarla nuevamente.
¿Tal vez un siglo? Acaso.
Acaso un poco menos: noventa y nueve años.
¿O un mes? Pudiera ser. En cualquier forma,
un tiempo enorme, enorme, enorme.
Al fin, como una rosa súbita,
repentina campánula temblando, la noticia.
Saber de pronto que iba a verla otra vez, que la tendría
cerca, tangible, real, como en los sueños.
¡Qué explosión contenida!
¡Qué trueno sordo rodándome en las venas,
estallando allá arriba bajo mi sangre,
en una nocturna tempestad!
¿Y el hallazgo, en seguida?
¿Y la manera de saludarnos,
de manera que nadie comprendiera
que ésa es nuestra propia manera?
Un roce apenas, un contacto eléctrico,
un apretón conspirativo, una mirada,
un palpitar del corazón gritando,
aullando con silenciosa voz.
Después (ya lo sabéis desde los quince años)
ese aletear de las palabras presas,
palabras de ojos bajos,
penitenciales, entre testigos enemigos.
Todavía un amor de «lo amo», de «usted», de «bien quisiera,
pero es imposible»... De «no podemos, no, piénselo usted mejor»...
Es un amor así, es un amor de abismo en primavera,
cortés, cordial, feliz, fatal.
La despedida, luego, genérica,
en el turbión de los amigos.
Verla partir y amarla como nunca;
seguirla con los ojos,
y ya sin ojos seguir viéndola lejos,
allá lejos, y aun seguirla
más lejos todavía,
hecha de noche,
de mordedura, beso, insomnio,
veneno, éxtasis, convulsión,
suspiro, sangre, muerte...
Hecha de esa sustancia conocida
con que amasamos una estrella."
"No sé. Lo ignoro.
Desconozco todo el tiempo que anduve
sin encontrarla nuevamente.
¿Tal vez un siglo? Acaso.
Acaso un poco menos: noventa y nueve años.
¿O un mes? Pudiera ser. En cualquier forma,
un tiempo enorme, enorme, enorme.
Al fin, como una rosa súbita,
repentina campánula temblando, la noticia.
Saber de pronto que iba a verla otra vez, que la tendría
cerca, tangible, real, como en los sueños.
¡Qué explosión contenida!
¡Qué trueno sordo rodándome en las venas,
estallando allá arriba bajo mi sangre,
en una nocturna tempestad!
¿Y el hallazgo, en seguida?
¿Y la manera de saludarnos,
de manera que nadie comprendiera
que ésa es nuestra propia manera?
Un roce apenas, un contacto eléctrico,
un apretón conspirativo, una mirada,
un palpitar del corazón gritando,
aullando con silenciosa voz.
Después (ya lo sabéis desde los quince años)
ese aletear de las palabras presas,
palabras de ojos bajos,
penitenciales, entre testigos enemigos.
Todavía un amor de «lo amo», de «usted», de «bien quisiera,
pero es imposible»... De «no podemos, no, piénselo usted mejor»...
Es un amor así, es un amor de abismo en primavera,
cortés, cordial, feliz, fatal.
La despedida, luego, genérica,
en el turbión de los amigos.
Verla partir y amarla como nunca;
seguirla con los ojos,
y ya sin ojos seguir viéndola lejos,
allá lejos, y aun seguirla
más lejos todavía,
hecha de noche,
de mordedura, beso, insomnio,
veneno, éxtasis, convulsión,
suspiro, sangre, muerte...
Hecha de esa sustancia conocida
con que amasamos una estrella."
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